Entre la Tradición y la Modernidad: retratos de mujeres chilenas (1868 - 1910)

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La irrupción de la fotografía en 1839[m1] cambiará las formas de producción, uso y circulación de las imágenes en todo el mundo. Por un lado, permitirá contar con efectivos registros de paisajes humanos y naturales con una rapidez hasta ese momento nunca vista; y por otro, facilitará el acceso de amplios sectores de la sociedad al retrato sin desembolsar grandes cantidades de dinero, como sucedía con la pintura.

Sin embargo, considerar esta técnica como representación fiel de la realidad no resulta del todo efectivo si no tenemos en consideración las múltiples convenciones sociales que cada época elabora en relación a lo que debe ser la imagen de un sujeto. Conocer elementos como la pose, gestos, vestuario y accesorios que se utilizaban durante el acto de ser registrado fotográficamente resultaban imprescindibles para establecer una correspondencia con la etnia, clase social y género del retratado.

En este sentido, durante la segunda mitad del siglo XIX y hasta 1910 aproximadamente, hablar sobre la representación fotográfica de mujeres de clase alta en Chile supone establecer un recorrido temático por una sociedad en que conviven dos mentalidades que se relacionan y superponen a partir de sus evidentes diferencias. Por un lado, una que podríamos denominar como mentalidad hispana que, después de casi 300 años de presencia directa en el territorio, evidenciaba la reelaboración mestiza de estos contenidos; y por otro, una de carácter europeizante que acusaba recibo de prácticas y estéticas importadas principalmente desde Francia e Inglaterra y que se instalan con fuerza en el imaginario nacional mediando el siglo a partir de los aires de cambio que se imponen desde las clases ilustradas.

Sin embargo, más que estar en permanente conflicto, este escenario permitirá la convivencia entre ambas visiones de mundo, pactando soluciones y estrategias que tienen una traducción directa en el colectivo femenino, principalmente en los espacios de elite. Al respecto tenemos que una mujer, dependiendo de la ocasión, podía usar accesorios tradicionales o modernos. No era lo mismo asistir a misa que ir a una fiesta y eso era parte del adiestramiento social al que se sometían los sujetos desde muy temprano. En la primera situación, por ejemplo, se usaban prendas que remitían a tiempos coloniales como el mantón; en la segunda, en cambio, se optaba por llevar ropajes lo más cercanos a las tendencias que se marcaban en Europa para ocasiones similares.

Así, vemos que la moda en tanto discurso que define a través de signos corporales la identidad y prestigio de los sujetos, nos abre un espacio para describir brevemente las continuidades y cambios que se evidencian en la sociedad chilena previa al Centenario y que se reflejan en los retratos fotográficos.

Para llevar a cabo este análisis, contamos con un conjunto de fotografías de mujeres de clase alta retratadas en el periodo que va desde 1868 a 1910 pertenecientes a la colección del Museo Histórico Nacional, las cuales fueron clasificadas por fecha a partir de la indumentaria utilizada por las retratadas y que comentamos en el presente texto. Se trata de un ejercicio de interpretación de estos fondos realizado a partir de las posibilidades que nos brinda el Catálogo de Fotografía Patrimonial.

La edad de la inocencia: niñez y juventud

Las niñas de elite solían usar trajes de una sola pieza con faldas que sobrepasaban las rodillas y dejaban a la vista sus medias. La idea era evidenciar, en un plano lúdico, la comodidad e inocencia de la edad infantil con ropas similares a las que usaban las adultas pero con cortes y colores diferenciados.

Al respecto, resulta interesante hacer notar que es durante esta época cuando vemos el surgimiento de los niños como grupo específico en el vestir. Si revisamos las pocas representaciones que de ellos se conservan durante el periodo colonial, encontramos que no marcan diferencias en sus atuendos con los mayores.

Por su parte, las jóvenes, a diferencia de lo que sucedía con las mujeres ya casadas, gozaban de una mayor libertad para moverse en los distintos espacios sociales asignados a su clase, aunque en todo momento su imagen debía estar en concordancia con su virtud y juventud.

Durante este periodo de su vida, uno de los eventos sociales más importantes para ellas eran las veladas y bailes. En estos contextos solían usar accesorios que habitualmente no llevarían en el cotidiano: guantes hasta la muñeca así como pulseras, camafeos, pendientes y collares de perlas.

Discreción privada, lucimiento público: la adultez femenina

Las mujeres adultas de clase alta tenían plenamente internalizados los permisos y prohibiciones asociadas a los espacios y situaciones en que se encontraban. En el plano doméstico, por ejemplo, usaban vestidos de manga larga y escote alto adornados muchas veces con encajes y aplicaciones; pero que por regla general no debían ser muy llamativos y estar ante todo a tono con lo que se esperaba formalmente de una mujer en el hogar.

Sin embargo, cuando realizaban algún paseo solían utilizar trajes más vistosos que los de diario. Estos muchas veces se complementaban con prendas de abrigo como mantones que, dependiendo de la época del año, podían ser de algodón o lana.

En caso de recibir visitas en su casa, solían llevar prendas con mayor ornamentación así como utilizar joyas vistosas. La idea era marcar visualmente su estatus social a través de la indumentaria. Estos mismos trajes podían ser utilizados también en los espacios de socialización pública como recepciones, cenas en otras casas y especialmente cuando asistían al teatro o la ópera.

En casos excepcionales como fiestas, galas y matrimonios, por lo general echaban mano a una mayor creatividad en sus atuendos. Se trataba de lucir única y destacar en el contexto de sus pares. Por lo mismo, no escatimaban el uso de diademas y, ya en el siglo XX, boas de plumas como accesorios para lucir elegantes.

Mención aparte merecen los retratos en que las mujeres aparecen cumpliendo roles de madre con sus hijos. En tanto función principal del género femenino durante la época, vemos como las composiciones destacan el cuidado amoroso de los infantes, siguiendo un esquema que nos recuerda en gran medida las poses y actitudes de los cuadros religiosos de tema mariano, los cuales estaban plenamente incorporados a la cultura visual chilena desde la colonia.



Beatas, mujeres mayores y viudas

El uso de colores oscuros como señal de duelo, es una costumbre que, en el caso de las mujeres mayores, no se restringía necesariamente al periodo establecido para el luto, sino que podía ser incorporado de forma permanente y exclusiva en la vestimenta.

En la colección de fotografías del Museo Histórico Nacional encontramos una serie de imágenes de viudas y mujeres de edad madura que visten un traje oscuro. Muchas de ellas también parecen asumir signos de piedad o respeto a su marido ya muerto en la misma pose que adoptan, siendo representadas algunas de ellas portando el retrato del difunto o apoyadas sobre una silla vacía como forma de marcar una presencia que, a pesar de la desaparición física, sigue siendo importante.

A diferencia de las mujeres solteras y casadas, las viudas no seguían los dictámenes de la moda, por lo que sus atuendos eran mucho menos complejos, comúnmente acompañados con alguna mantilla que les tapara los hombros o el cabello. Muchas de ellas incluso usarán esta última prenda para cubrir gran parte del cuerpo desde la cabeza hasta las rodillas hasta muy entrado el siglo XX, práctica que nos remite a las formas tradicionales de uso de esta prenda durante la colonia, en donde alcanzó una importancia inusitada a través de las llamadas tapadas.

Las joyas eran permitidas siempre y cuando se hiciese uso de ellas con fines piadosos o de conmemoración del difunto. En este sentido, los crucifijos y relicarios son los objetos que más se repiten en este tipo de retratos.

También asociadas al uso del negro riguroso encontramos a mujeres piadosas que, siguiendo una tradición del mundo católico español, se tapaban la cabeza y hombros para asistir a los servicios religiosos.

Las religiosas: de la clausura a la acción social

Tradicionalmente ajenas a los avatares del espacio público , resulta importante reseñar el papel de las monjas en la sociedad chilena de este periodo, en tanto ellas también tendrán relevancia en esta época de grandes cambios.

Durante la colonia fueron relativamente pocas las ocasiones en que la sociedad civil podía ver a una religiosa en el espacio público. La profesión de la fe implicaba una renuncia al mundo externo para dedicarse por entero a la vida contemplativa en los distintos conventos existentes en Chile.

Sin embargo, la llegada de una serie de nuevas órdenes de origen francés como la del Buen Pastor y del Sagrado Corazón durante el siglo XIX, harán cambiar radicalmente el sentido que hasta ese momento había tenido la vida religiosa para las mujeres, volviéndolas más activas socialmente. Se trata de congregaciones que, a la luz de los aires de cambio que se vivían en la iglesia, optan por realizar obras de caridad con los pobres a la vez que instalan colegios de pago para las hijas de la burguesía en donde no se las obligaba a vivir la clausura, tareas que podían parecer insólitas en contextos más tradicionales, donde todavía pervivía el modelo hispano de religiosidad.

Espacios para la representación fotográfica: la casa, el estudio, los jardines y la ciudad.

En los primeros años de la fotografía en Chile, las tomas se realizaban generalmente en los escenográficos estudios de las múltiples casas fotográficas que existían en casi todas las ciudades; sin embargo, a medida que avanzamos hacia el siglo XX, comienzan a popularizarse los retratos en espacios exteriores como balcones, terrazas e incluso jardines y plazas como ocurre con la llamada fotografía minutera..

Así, se registrarán nuevas instancias de la vida de los hombres y mujeres como los paseos matutinos o de media tarde, las excursiones al campo o la playa o las calles, plazas y monumentos de la propia ciudad. Los individuos, de esta forma, comienzan a liberarse de a poco de los estrictos márgenes espaciales y escenográficos que había impuesto la fotografía en sus inicios.

Aparecen los retratos en que se destaca la relación de las mujeres con los paisajes rodeados de flores y plantas, dado que se considera que la femineidad se encuentra íntimamente ligada a los elementos de la naturaleza, en contraposición a los de ciertos hombres que, por el carácter intelectual que se les atribuye, muchas veces son registrados en espacios como gabinetes o bibliotecas.

En este periodo el ideal femenino de la clase alta se configura, a través de la fotografía como una estrategia de representación que refuerza y establece prácticas y estéticas que tenían en el recato y el deber ser su punto más alto de realización. Sin embargo, acorde con los procesos de modernización que se viven en Chile, estos modelos van cambiando poco a poco con la incorporación de las mujeres a los espacios públicos, lo que se reflejará de forma clara en las poses, gestos, ropas, accesorios y edad de las retratadas.

Así, vemos como a través de este breve recorrido por la imagen femenina en la fotografía, se manifiestan la pervivencia de prácticas de origen tradicional con otras que nos remiten a un proceso de modernización social que tendría en Europa sus puntos de referencia y que, de forma cada vez más sostenida a medida que pasen los años, se manifestará como la forma privilegiada en que las clases altas se piensan y proyectan a si mismas.

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